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Mochileritos para igualar el punto de partida escolar

Primera Infancia
MEC

Silvia Villasanti tiene 50 años y la sonrisa plena. Es madre de Matías, Sara y Sofía. Sus hijos ya crecieron. Los miércoles y los jueves toma el colectivo desde Capiatá hasta Areguá. Cuando baja en la parada, los niños y niñas la están esperando con las miradas, las caras pegadas a los tejidos y los portones entreabiertos. Apenas alguien pega el primer grito de “¡Ya viene la profeeeeee!”, de a uno, van saliendo de las casas a los apuros y a las preguntas: “¡Profeee! ¿Qué vamos a hacer hoy? ¿A qué vamos a jugar?”. Todo el barrio se entera que llega Silvia, la maestra mochilera en Villa Rosita o Nueva Asunción, una comunidad del Barrio Caacupemí de Areguá. 
La profe sabe los nombres de todos y cada uno de los niños. Llega a las casas de las familias inscriptas al programa y también al patio de una iglesia donde realiza actividades colectivas. “La mayoría de mis alumnitos son muy pequeños, están apenas cumpliendo dos años. Antes no saludaban, pero ahora me abrazan y saludan con efusividad. Cuando bajo del micro, ya me esperan para ir conmigo hasta la capilla”, dice Silvia. Las madres corren detrás con la mochila y la merienda. 
Silvia es docente de la Escuela Nº 413 Carlos Antonio López de Caacupemí, Areguá, con 1300 alumnos. La escuela está en el barrio más poblado de la capital del Departamento Central. Muchos niños y niñas que aún no alcanzan la edad para ir a jardín o pre-escolar  quedan a cargo de sus abuelos u otros familiares mientras los padres salen a trabajar. 
“En este espacio promovemos la estimulación temprana de los chicos, también trabajamos con los adultos a cargo, aprendemos cómo manejar los berrinches, cómo ayudar a los niños a desarrollar su motricidad fina, cómo estimular su independencia, en fin, aprovechar los elementos que disponen en la casa para acompañarlos en su aprendizaje, qué juegos sugerir”, dice Silvia. 

35 niños y niñas entre 2 y 5 años son conocidos como los “mochileritos”. 

“En total son 35 niños a los que llegamos a través del programa, 25 asisten regularmente a la capilla y los otros días me voy directamente a las casas de niños más pequeños”, cuenta. El programa ejecutado por el Ministerio de Educación y Ciencias (MEC) de “Expansión de la atención educativa oportuna para el desarrollo integral de niños desde la gestación hasta los 5 años a nivel nacional: alcance ampliado” es una inversión del Fondo para la Excelencia en la Educación y la Investigación (FEEI).
Silvia se recibió de docente de educación inicial en el 2019 y actualmente estudia para ser evaluadora. “Mi meta es estudiar y especializarme en psicopedagogía, porque me gusta mucho cómo se estimula la parte afectiva y emocional de los niños y niñas, aunque también trabajamos la parte de psicomotriz, motricidad fina y gruesa, me apasiona observar cómo van integrándose a través de los juegos”, dice. 

La atención integral en la primera infancia repercute en el futuro de los niños y niñas, su acceso y permanencia escolar, así como las posibilidades laborales que puedan desarrollar. 

En total son más de 500 las maestras mochileras de primera infancia que se reportan al 2022 a nivel nacional.

“Lo más importante en esta etapa es aportar en valores y en los estilos de vida, hay muchas creencias y tabúes sobre la crianza y el aprendizaje. El desafío es  implementar cosas nuevas, buscar información, porque hay cosas que les resta a los niños en esta etapa, como por ejemplo, las horas que están frente a la pantalla. También hablamos con las madres y los padres, sobre la importancia de jugar con los otros, tocar la arena, cuidar las plantas”, dice. 

Los pequeños son la excusa para el encuentro semanal de la comunidad.

“A diferencia de otros lugares, aquí la maestra mochilera viene a la capilla y nosotros traemos a nuestros  hijos y así se convierte en un espacio de encuentro de toda la comunidad”, dice Ruth Carvallo, una de las madres. 

“Aquí todos y todas ayudamos a sacar las sillas y dejar el lugar como estaba cuando nos retiramos. Nos prestan la capilla porque es un lugar fácil para llegar, porque la escuela ya nos queda lejos. Y sí la profesora sólo va a visitar casa por casa, no llegaría a tantos niños. Es por eso, que este espacio es ideal, porque los niños vienen a aprender y a jugar”, dice. “También la profesora nos orienta a no forzarle con las cosas, sino lograr hacerlo de manera divertida. La verdad es que el programa nos ayuda mucho como familias”.

Las madres se sientan a observar a sus hijos y conversar entre ellas, también participan de las rondas y algunos juegos. 

También las personas adultas aprenden.

Para Ruth Orué, abuela de una de las mochileritas, las clases “se convierten en un espacio donde finalmente toda la comunidad se encuentra, los niños se encuentran para jugar y aprender y las madres para ver cómo podemos ayudar a nuestros hijos o nietos”.

“Yo vengo con mi nieta, porque aprende muchas cosas. Hasta yo me he interesado otra vez en leer y escribir a mi avanzada edad, porque veo que es importante para acompañar en la educación. Aquí, algunas madres estamos aprendiendo a leer y a escribir, por lo que este espacio para nosotros es muy importante”, dice en guaraní.

Los primeros años de vida son claves en el desarrollo cerebral, la salud, la felicidad, la capacidad de aprender en la escuela, el bienestar e incluso en cómo se desarrollará su vida adulta una persona. 

La inclusión es una oportunidad de cambio.

“Mi hijo tiene una discapacidad motora e intelectual y pensábamos que ir a la escuela era algo lejano, pero asistir a este espacio ha significado un gran avance para él. Cómo puede, intenta pintar y seguir las canciones que cantan y responde a la profesora con el cuerpo. Me impresionó su avance y ahora sí nos animamos a ir a la Escuela, porque antes parecía algo imposible”, cuenta Liz González

Liz González tiene 29 años y es madre de dos niños. Dora, 6 años y Robert, 4 años. Cuando nació su segundo hijo, le dijeron que la expectativa de vida de su hijo era de 24 horas. “Es la primera vez que yo pude sacar a mi hijo desde que nació y me dieron 24 horas de expectativas de vida. Cuando me enteré de la maestra mochilera, me acerqué y le pregunté si le podía agarrar como oyente. Alrededor de la zona, hay escuelas, pero decían que no agarraban a niños con discapacidad, pero aquí de una me dijeron que sí y vi realmente un cambio en mi hijo”, dice. 

“La profe le hablaba y al momento de llamar la lista, lograba levantar la mano. Ahora está muy despierto y cuando llega a casa quiere pintar. Robert es un mochilerito más y creo que esta experiencia debería de repetirse en todo el país, porque se trata de una oportunidad para que antes de la escuela se estimulen. Los otros niños al principio le miraban como impresionados, pero ahora le hablan y le tratan como uno más”, dice. 

Robert muestra su alegría con saltos y movimientos de los hombros. Pronto irá a la escuela y ya conoce los colores. “Su hermana, también suele acompañarnos. Luego, van a casa y repiten lo que hacen aquí, juegan a la escuela”, cuenta. 

Se notan grandes diferencias en poco tiempo.

Fredys Cáceres es padre de Kenya, una mochilerita de dos años. “Es impresionante cómo esto le hace bien a nuestra hija. Tenemos cuatro hijos, pero Kenya sabe cosas que para su edad son complejas. Los otros eran completamente distintos”, dice. 

“Ella era más tímida antes, pero ahora habla, se anima a cantar en público, a bailar. Sabe todas las canciones, todos los animales y cuenta hasta 20. Creo que es algo muy bueno que los niños puedan tener estas estimulaciones antes de ir a la escuela, porque todo aprenden jugando”, dice. 

“Las maestras mochileras van casa por casa, pero lo que implementó la profe Silvia nos gustó muchísimo. Ellos vienen y salen de su casa, se sienten muy importantes y dicen “voy a la escuela”, explica Fredys.

Una crianza positiva con amor, respeto, paz, juegos, cantos y cuentos durante los primeros años de vida tiene un profundo impacto en el desarrollo emocional y social de niñas y niños, les facilita su transición hacia la escuela y les provee de mejores herramientas para relacionarse con su entorno. 

Silvia Villasanti tiene 50 años y la sonrisa plena. Es madre de Matías, Sara y Sofía. Sus hijos ya crecieron. Los miércoles y los jueves toma el colectivo desde Capiatá hasta Areguá. Cuando baja en la parada, los niños y niñas la están esperando con las miradas, las caras pegadas a los tejidos y los portones entreabiertos. Apenas alguien pega el primer grito de “¡Ya viene la profeeeeee!”, de a uno, van saliendo de las casas a los apuros y a las preguntas: “¡Profeee! ¿Qué vamos a hacer hoy? ¿A qué vamos a jugar?”. Todo el barrio se entera que llega Silvia, la maestra mochilera en Villa Rosita o Nueva Asunción, una comunidad del Barrio Caacupemí de Areguá. 

La profe sabe los nombres de todos y cada uno de los niños. Llega a las casas de las familias inscriptas al programa y también al patio de una iglesia donde realiza actividades colectivas. “La mayoría de mis alumnitos son muy pequeños, están apenas cumpliendo dos años. Antes no saludaban, pero ahora me abrazan y saludan con efusividad. Cuando bajo del micro, ya me esperan para ir conmigo hasta la capilla”, dice Silvia. Las madres corren detrás con la mochila y la merienda. 

Silvia es docente de la Escuela Nº 413 Carlos Antonio López de Caacupemí, Areguá, con 1300 alumnos. La escuela está en el barrio más poblado de la capital del Departamento Central. Muchos niños y niñas que aún no alcanzan la edad para ir a jardín o pre-escolar  quedan a cargo de sus abuelos u otros familiares mientras los padres salen a trabajar. 

“En este espacio promovemos la estimulación temprana de los chicos, también trabajamos con los adultos a cargo, aprendemos cómo manejar los berrinches, cómo ayudar a los niños a desarrollar su motricidad fina, cómo estimular su independencia, en fin, aprovechar los elementos que disponen en la casa para acompañarlos en su aprendizaje, qué juegos sugerir”, dice Silvia. 

35 niños y niñas entre 2 y 5 años son conocidos como los “mochileritos”. 

“En total son 35 niños a los que llegamos a través del programa, 25 asisten regularmente a la capilla y los otros días me voy directamente a las casas de niños más pequeños”, cuenta. El programa ejecutado por el Ministerio de Educación y Ciencias (MEC) de “Expansión de la atención educativa oportuna para el desarrollo integral de niños desde la gestación hasta los 5 años a nivel nacional: alcance ampliado” es una inversión del Fondo para la Excelencia en la Educación y la Investigación (FEEI).

Silvia se recibió de docente de educación inicial en el 2019 y actualmente estudia para ser evaluadora. “Mi meta es estudiar y especializarme en psicopedagogía, porque me gusta mucho cómo se estimula la parte afectiva y emocional de los niños y niñas, aunque también trabajamos la parte de psicomotriz, motricidad fina y gruesa, me apasiona observar cómo van integrándose a través de los juegos”, dice. 

La atención integral en la primera infancia repercute en el futuro de los niños y niñas, su acceso y permanencia escolar, así como las posibilidades laborales que puedan desarrollar. 

En total son más de 500 las maestras mochileras de primera infancia que se reportan al 2022 a nivel nacional.

“Lo más importante en esta etapa es aportar en valores y en los estilos de vida, hay muchas creencias y tabúes sobre la crianza y el aprendizaje. El desafío es  implementar cosas nuevas, buscar información, porque hay cosas que les resta a los niños en esta etapa, como por ejemplo, las horas que están frente a la pantalla. También hablamos con las madres y los padres, sobre la importancia de jugar con los otros, tocar la arena, cuidar las plantas”, dice. 

Los pequeños son la excusa para el encuentro semanal de la comunidad.

“A diferencia de otros lugares, aquí la maestra mochilera viene a la capilla y nosotros traemos a nuestros  hijos y así se convierte en un espacio de encuentro de toda la comunidad”, dice Ruth Carvallo, una de las madres. 

“Aquí todos y todas ayudamos a sacar las sillas y dejar el lugar como estaba cuando nos retiramos. Nos prestan la capilla porque es un lugar fácil para llegar, porque la escuela ya nos queda lejos. Y sí la profesora sólo va a visitar casa por casa, no llegaría a tantos niños. Es por eso, que este espacio es ideal, porque los niños vienen a aprender y a jugar”, dice. “También la profesora nos orienta a no forzarle con las cosas, sino lograr hacerlo de manera divertida. La verdad es que el programa nos ayuda mucho como familias”.

Las madres se sientan a observar a sus hijos y conversar entre ellas, también participan de las rondas y algunos juegos. 

También las personas adultas aprenden.

Para Ruth Orué, abuela de una de las mochileritas, las clases “se convierten en un espacio donde finalmente toda la comunidad se encuentra, los niños se encuentran para jugar y aprender y las madres para ver cómo podemos ayudar a nuestros hijos o nietos”.

“Yo vengo con mi nieta, porque aprende muchas cosas. Hasta yo me he interesado otra vez en leer y escribir a mi avanzada edad, porque veo que es importante para acompañar en la educación. Aquí, algunas madres estamos aprendiendo a leer y a escribir, por lo que este espacio para nosotros es muy importante”, dice en guaraní.

Los primeros años de vida son claves en el desarrollo cerebral, la salud, la felicidad, la capacidad de aprender en la escuela, el bienestar e incluso en cómo se desarrollará su vida adulta una persona. 

La inclusión es una oportunidad de cambio.

“Mi hijo tiene una discapacidad motora e intelectual y pensábamos que ir a la escuela era algo lejano, pero asistir a este espacio ha significado un gran avance para él. Cómo puede, intenta pintar y seguir las canciones que cantan y responde a la profesora con el cuerpo. Me impresionó su avance y ahora sí nos animamos a ir a la Escuela, porque antes parecía algo imposible”, cuenta Liz González

Liz González tiene 29 años y es madre de dos niños. Dora, 6 años y Robert, 4 años. Cuando nació su segundo hijo, le dijeron que la expectativa de vida de su hijo era de 24 horas. “Es la primera vez que yo pude sacar a mi hijo desde que nació y me dieron 24 horas de expectativas de vida. Cuando me enteré de la maestra mochilera, me acerqué y le pregunté si le podía agarrar como oyente. Alrededor de la zona, hay escuelas, pero decían que no agarraban a niños con discapacidad, pero aquí de una me dijeron que sí y vi realmente un cambio en mi hijo”, dice. 

“La profe le hablaba y al momento de llamar la lista, lograba levantar la mano. Ahora está muy despierto y cuando llega a casa quiere pintar. Robert es un mochilerito más y creo que esta experiencia debería de repetirse en todo el país, porque se trata de una oportunidad para que antes de la escuela se estimulen. Los otros niños al principio le miraban como impresionados, pero ahora le hablan y le tratan como uno más”, dice. 

Robert muestra su alegría con saltos y movimientos de los hombros. Pronto irá a la escuela y ya conoce los colores. “Su hermana, también suele acompañarnos. Luego, van a casa y repiten lo que hacen aquí, juegan a la escuela”, cuenta. 

Se notan grandes diferencias en poco tiempo.

Fredys Cáceres es padre de Kenya, una mochilerita de dos años. “Es impresionante cómo esto le hace bien a nuestra hija. Tenemos cuatro hijos, pero Kenya sabe cosas que para su edad son complejas. Los otros eran completamente distintos”, dice. 

“Ella era más tímida antes, pero ahora habla, se anima a cantar en público, a bailar. Sabe todas las canciones, todos los animales y cuenta hasta 20. Creo que es algo muy bueno que los niños puedan tener estas estimulaciones antes de ir a la escuela, porque todo aprenden jugando”, dice. 

“Las maestras mochileras van casa por casa, pero lo que implementó la profe Silvia nos gustó muchísimo. Ellos vienen y salen de su casa, se sienten muy importantes y dicen “voy a la escuela”, explica Fredys.

Una crianza positiva con amor, respeto, paz, juegos, cantos y cuentos durante los primeros años de vida tiene un profundo impacto en el desarrollo emocional y social de niñas y niños, les facilita su transición hacia la escuela y les provee de mejores herramientas para relacionarse con su entorno. 

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